martes, 6 de octubre de 2009

Un ama de casa en Vermont

Puso al horno un pollo relleno, mientras observaba por la ventana cómo sus hijos y los amigos jugaban en el patio. Era una tarde soleada y tranquila en Vermont, los esposos aún no llegaban de sus oficinas y por eso, Susana podía conversar con su vecina al mismo tiempo que terminaba de preparar la cena.
Cristina le contó que estaba considerando teñirse de cobrizo, lo veía como una manera de distinguirse del resto de las mujeres del barrio y creía, la haría más atractiva. Susana opinó que ése era un color demasiado llamativo, no estaba de acuerdo con la propuesta, además el rubio oscuro la favorecía y ocultaba las pocas canas que podían asomársele.

Llamaron a los niños porque era la hora de merendar. Las dos servían la leche cuando Susana le contó que al día siguiente cumpliría doce años de casada con Martín, su marido. No sabía aún si la llevaría a cenar a un restaurante de Washington o tal vez más cerca, pero quería pedirle a Cristina si los niños podían pasar la noche en su casa, ya que la niñera estaba enferma. Su vecina respondió que sí, y además le preguntó si esperaba algún regalo de su esposo y si le había pedido algo en particular. Ella contestó que no, deseaba que Martín descubriera por sí mismo cuáles eran sus gustos, estaba segura de que la sorprendería.
Los niños terminaron su merienda y se retiraron de nuevo al patio. Cristina mencionó que un nuevo chico había ingresado a la escuela, estaba en el mismo curso que compartían su hijo mayor y el de Susana. Nicolás, así se llamaba, se había mudado con su madre al barrio una semana atrás. Sólo eran ellos dos, ya que la pareja se divorció un mes atrás. Susana dejó las tazas que sostenía y escuchó con atención los detalles. No era común que una mujer viviera sola en Vermont.
No se sabía mucho, Ana era una pelirroja alta y joven. Usaba pantalones y trabajaba hasta tarde para mantener la casa alquilada, se presumía que se veía con un hombre de del trabajo y por eso su esposo la habría dejado. Su hijo, algo tímido, no tenía amigos en la ciudad, por eso Susana y Cristina resolvieron invitar a ambos al próximo cumpleaños para conocerlos mejor y en intimidad.
Eran cerca de las seis, Cristina llamó a sus hijos porque debía ir a preparar un pastel de carne, su marido quizá llegara un poco más temprano y ella ni siquiera había terminado de plancharle el saco para el día siguiente. Terminaban de irse cuando Susana advirtió que era hora de sacar el pollo del horno. Luego, llamó a los niños para que fueran a bañarse y mientras lo hacían puso la mesa para esperar a su marido.
Estaba segura que Martín recordaría el aniversario, nunca los olvidaba -como buen esposo-, pero no tenía idea qué podría llegar a recibir de regalo. Ella había elegido para él un prendedor de corbata bañado en oro, que combinaría de manera excelente con los gemelos que usaba para las reuniones importantes. Esperaba algo bonito, algo que diera a entender que pensaba en ella, que la conocía y que la amaba como madre, esposa y mujer.
Y por la noche, todos se sentaron a cenar y conversaron sobre sus actividades a lo largo del día, Susana lucía cansada y su marido lo notó. Cuando los niños ya se habían retirado de la mesa, él la abrazó y le dijo que mañana la llevaría a cenar a un restaurante de lujo, por eso, debía lucir descansada y elegir con anticipación un vestido para celebrar el aniversario. Ella lo miró con ojos tiernos y profundos, y le contó que había estado pensando cómo sería su familia con otro bebé. Martín, acarició su cabeza y le contestó que las cosas, por el momento, estaban bien así. La besó y se fue a acostar.
Al día siguiente fueron a cenar, el lugar era hermoso, pidieron platos distintos pero compartieron el postre, él eligió Crêpe Suzette. Ella se sentía gusto cuando su marido tomaba desiciones en público sin dar rodeos, le daba seguridad.
Al regresar a la casa, ya en la habitación, Martín le entregó un paquete dorado, sujeto por un moño rojo. Susana lo abrió y supo que su marido realmente la conocía. Llena de alegría, lo besó y salió corriendo a probarse su nuevo sostén.


RECETA: Crêpe Suzette
(Surge accidentalmente en Francia al derramarse licor de mandarina sobre la preparación. No se sabe concretamente quién fue su creador, ya que varios se alegan el mérito, pero es reconocido como uno de los postres más clásicos en la historia de la pastelería y como uno de los favoritos del rey Eduardo VII)

En una sartén derretir manteca junto con tres cucharadas de azúcar. Agregar una medida de licor de mandarina y el jugo y ralladura de una naranja. Dejar cocinar un minuto e incorporar los crêpes de a uno (doblarlos dos veces para darles forma de triangulo). Dejar que la salsa espese, agregar una medida de Cognac, flambear y servir de inmediato.

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