martes, 20 de julio de 2010

La bailarina

La tenía dentro de la cajita de música con forma de piano de cola y cada tanto la sacaba para que vieran cómo bailaba. Al son de Chopin, giraba sobre sí misma y formaba círculos sobre el piso de espejo. Era perfecta; nunca una queja, una opinión. En puntitas de pie se desplazaba silenciosa por la casa y recibía a los invitados con la sonrisa perfecta. Dominaba, con gran habilidad, el arte de la conversación trivial; él, maravillado. Cuando la visita se retiraba ella volvía a la cajita, donde las paredes negras brillaban y el orden guardaba rigurosa simetría, y allí pasaba sus días. Todo marchó bien hasta que el disco se rayó. Él intentó esconderla, poniéndola lo más lejos posible de la gente, pero ella aprendió a escaparse. Dentro de la cajita, y luego fuera, la armonía se había perdido, el caos se sucedía continuo e interminable y ella bailaba descontrolada, sin orden, sin ritmo. Bailaba fuera del espejo, a los saltos, por encima de los sillones, colgada de las lámparas y de la baranda de la escalera. Bailaba, ridícula, la vida que había cobrado.

2 comentarios: